Fuente: Paradigma Positivo
Son muchas las ocasiones que escuchamos la recurrente frase “no tengo tiempo”. De hecho esa era mi frase hasta que alguien sabio me dijo que tiempo tenemos 24 horas al día todos, sin excepción; otra cosa es en qué inviertes tú tu tiempo que sientes no te está rindiendo. ¡Toma ya!
Hemos crecido en la cultura del “yo puedo con todo” y nos cuesta decir que no. Asumimos más tareas de las que deberíamos. Vamos ahogados por la vida. Nos falta tanto el aire que incluso enfermamos por ello.
Somos testimonios de gente realmente agobiada y angustiada con este asunto; gente que no sabe delegar funciones y necesita controlarlo todo; gente que no encuentra tiempo para dedicar a sus amigos, familiares o incluso a su pareja. Todo ello, porque entregan un tiempo desmesurado a su profesión. Gente que llega a anular visitas médicas programadas porque prioriza el contestar emails; gente que no puede dar un beso de buenas noches a sus hijos porque han preferido alargar la jornada laboral para demostrar noséque a noséquién. Y un largo etcétera.
Recuerdo la anécdota de un comercial que, por no tener tiempo, no se paraba a llenar el depósito de gasolina. Y era habitual recibir una llamada suya diciendo que estaba tirado en la carretera.
El “no tengo tiempo” hace que gestiones peor el tiempo que sí tienes. Y que llegues, por ejemplo, a echar a perder un bizcocho por sacarlo antes de tiempo del horno. O que te cortes cuando te afeitas con prisas; o tengas que ir a comprar unas medias porque rompiste las que tenías al enfundártelas con prisas; o llegues a la oficina y te des cuenta que olvidaste los imprescindibles (móvil, agenda, papeles,…) en casa por no pararte a organizarte unos segundos…
Todo ello se repara únicamente con mucho menos tiempo del que hubieras necesitado para hacerlo bien a la primera. Mi abuelo solía mencionar la frase “Manolo, vísteme despacio que tengo prisa”.
Empecemos a hablar con propiedad y sustituyamos el “No tengo tiempo” por una frase más correcta: “No tengo mis prioridades claras, todavía”, “Ahora estoy enfocado en otras metas”, o “no voy a perder el tiempo con algo así”.
Una pequeña historia sobre el tiempo
Para acabar, una historia de Jorge Bucay que ilustra el bucle en el que entramos cuando, realmente, creemos que no tenemos tiempo:
«Había una vez un leñador que se presentó a trabajar en una maderera. El sueldo era bueno y las condiciones de trabajo mejores aún, así que el leñador se propuso hacer un buen papel.
El primer día se presentó al capataz, que le dio un hacha y le asignó una zona del bosque.
El hombre, entusiasmado, salió al bosque a talar. En un solo día cortó dieciocho árboles.«Te felicito» -le dijo el capataz-. Sigue así. Animado por las palabras del capataz, el leñador se decidió a mejorar su propio trabajo al día siguiente. Así que esa noche se acostó bien temprano. A la mañana siguiente, se levantó antes que nadie y se fue al bosque. A pesar de todo su empeño, no consiguió cortar más de quince árboles.
«Debo estar cansado», pensó. Y decidió acostarse con la puesta de sol.
Al amanecer, se levantó decidido a batir su marca de dieciocho árboles. Sin embargo, ese día no llegó ni a la mitad. Al día siguiente fueron siete, luego cinco, y el último día estuvo toda la tarde tratando de talar su segundo árbol. Inquieto por lo que diría el capataz, el leñador fue a contarle lo que le estaba pasando y a jurarle y perjurarle que se estaba esforzando hasta los límites del desfallecimiento.
El capataz le preguntó: «¿Cuándo afilaste tu hacha por última vez?».«¿Afilar? No he tenido tiempo para afilar: he estado demasiado ocupado talando árboles»».